lunes, 8 de diciembre de 2008

Reseña en la revista literaria EL OTRO LUNES

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La poesía en sus orígenes fue escena. Oralidad y escena al servicio de la representación y el encantamiento. Por tanto, la poética consistía en convertir una experiencia en representación. Verbo y acto debían servir a la construcción del espectáculo. El hombre necesitaba de esa conversión para explicarse a sí mismo el curso del mundo. El poeta era sólo el medio, la voz, que debía posibilitar el mito, el amor o la muerte, y los grandes episodios que construían su propia historia. Era el principio, rito y sueño eran sólo palabras que conducían a la escena, a esa dramaturgia que se hacía necesaria, a la vez que convocaba al miedo, a la traición, a los descubrimientos poco deseados. Se trataba del viaje más largo, de la ruta siempre inacabada hacia el ser. Región donde se confunden el nacimiento y el fin. Donde caben todos los mapas y todas las geografías y todos los lugares y todos los sucesos.
Después, la vida ha ido construyendo sus propias tragedias. La escena parecía ingenua ante el desastre. Necesitábamos el circo. El espectáculo. La vida entendida como una representación libre de culpa. No obstante el dolor de los descubrimientos. No obstante el adorno de la danza, la ocultación de la poética tras la mímica. Gestos, aseveran, femeninos. El hombre aúlla y la mujer traza su baile entre los espejos: “Deípara, paridora de Dios”, acotaba Lezama desde su jardín insular. De eso está hecho el mundo, de la danza y del hambre, del descubrimiento a través de la escena, y de la poesía oculta bajo las telas del circo:

Todo he alcanzado en este largo baile.
Todos los trajes, todas las copas.
Todas las caras conocidas.
Sus lamentos suicidas, sus glorias, sus despedidas,
sus abanicos de dedos danzando
con nerviosos aspavientos en el aire blanco.

Leemos 27 paraguas el primer poemario de Estelle Talavera Baudet (Madrid, 1979). El libro da cuenta de la gestación del vuelo como escena. Por tanto, del vuelo como poética y de ésta como una manera de alcanzar la totalidad del mundo. Una mujer danza entre los espejos, recorre el cuerpo de sus amantes, calles desconocidas o aprendidas de memoria, como los restos de un poema o los trazos que su escritura deja en el papel, y va enumerando en orden exacto todo el miedo y el riesgo que esconde tras su baile. Ella no quería cuidar el bosque. Ella tiene el circo que va construyendo con los retazos abandonados de los otros. Ritos antiguos, ofrendas y toda la gravedad del momento acompañando los últimos acordes de la música:

…esta fiesta con hilos nos provoca
un resquicio
de respeto;
un dolor que baila de puntillas
con guantes blancos y luces de camerino.

27 paraguas es la lectura del vuelo posible. También, la construcción pública de una despedida. La mujer que narra y da instrucciones y reseña el mundo por alcanzar, se despide. Cada poema es un suceso dejado atrás, irrepetible, fugaz como el escenario que nos invita a contemplar. Va a huir, y dice adiós y recuerda cuánto de esfuerzo hay en la lucidez de cada instante. Cuánto puede costar ese minuto en que sólo pertenecemos a nosotros mismos, y la palabra duele o cae en medio como una frontera insalvable, como las distancias que ningún vuelo puede salvar. .
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Ladislao Aguado
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