Editorial Renacimiento
Publicación: 2009
ISBN: 978-84-8472-433-9
Tierna y aRmada
Carmen arranca sentimientos. Logra situarnos en una habitación bonita, soleada –fuera rosales, media mañana, olor a flores y a seres ausentes–, con su taza de té, su manta, su música y sus fotografías. Así imagino la habitación desde la que Carmen nos habla, y está repleta de ternura y de separación. Su poesía llega directa al alma y nos abandona blandamente, tristemente, dejándonos con una sonrisa amarga. Sus imágenes son azules y blancas, cotidianas, salpicadas de asociaciones entre un estado y una fuente: la taza de Sèvres, la luz de París, las tardes de dominó, de cine y de primaveras.
Sus versos respiran, añoran pero se oxigenan, y nos hacen tener frío y sentir, al tiempo, las manos calientes abrazando la taza o el aliento cercano de quien se acaba de marchar.
La primera parte del libro: Desnuda, es una de las más cautivadoras declaraciones de amor. Son una despedida brutal. La muerte y ese vacío desolador aparecen a menudo en sus poemas, así como el tiempo y su inclemencia.
No quiero ser Chillida: “Me has dejado como una de esas esculturas de Chillida / agujero en medio por el que pasa el viento / el resto, oxidado, permanece buscando el trocito que le / quitó el escultor. / Se agotaron las madrugadas y las luces de la luna sobre el / mármol del patio / se agotaron los oxígenos de la comedia, los antibióticos de / cuarta generación y las sábanas sin iniciales…”
Para Carmen la felicidad es a priori simple de conseguir. Pero se encuentra con la realidad y trata de esquivarla y le implora pequeños paréntesis en los que volver, retornar a aquello que hace más falta que el aire. Carmen nos pide prestado un trocito del alma y logra respirar otro poco durante nuestra lectura.
“Yo me volvería niña de quince años, inquieta y desconcertada, mientras me explicas a Hipócrates y los teoremas de la vida que no son sino la dignidad de las espaldas curvadas, el sabor de la tinta sobre los papeles reciclados y los sábados de dominó. Y el gusto amargo de un Montecristo, claro.”
Es una mujer delicada pero vestida de guerra; se enrosca, busca auxilio y termina por levantarse. Sus verdades son como puños en la cara.
1 comentario:
anotada la propuesta.
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