Día 12/01/2011 - 11.41h
Podría hablar de la historia y decir esto y aquello en un orden cronológico, o lo bien que se enhebra y forma la trayectoria de los personajes a través de flashes y escenas que saltan de uno a otro como en un sueño; cómo vamos sacando de entre sus poros la crudeza de los acontecimientos; cómo nace y se retuerce esta serpiente entre capítulos aparentemente inconexos. La historia.
Pero aparte de ella, que despierta en nosotros como cucharazos y nos deja temblando y amando a un tiempo, tengo que hablar sobre todo de esa destreza, la absoluta novedad de su lenguaje, lo bien que Pablo Gutiérrez teje esa curiosa e invisible filigrana de impresiones, y cómo al final dicha historia se nos traza en la mente con una belleza que nunca había leído antes. Y digo bien, nunca. “La sra. Amable Dos es un esqueleto mal vestido al que la tristeza y la mala conciencia le escupieron veinte años encima (…)”. Es posible a partir de él, definir no al personaje, sus ropas, pensamientos, estudios, aptitudes o carencias, sino lo que late tras su piel, cada poro, cada incoherencia y doblez. La descripción de sus episodios son como diminutas escenas teatrales llenas de una frescura arrolladora a pesar de su crudeza, cruzando el alma de los personajes y dejándoles semirrotos, como muñecos inservibles a los que hay que dar cuerda o dejar en un callejón entre los bricks de vino. Me recuerda a las maquetas de Jack Mircala en Eclipse en Malasaña, donde esa tristeza tierna y esa debilidad irreal, fantasmagórica, nos introduce en un estado semionírico.
Curiosa realidad
La ironía sin ambición de herir, la mirada perpleja sobre los secretos deseos del hombre mezquino frente a la estupidez o simpleza, la felicidad tonta de estar y punto. Las rarezas o individualismos de cada uno cobran una belleza exótica, hacen real al personaje y acaba siendo nuestro. Curiosa realidad. Lecu se hace cada vez más grande entre las palabras del autor, Lecu-feto de toxicómanos, Magui, bonita, decadente, ofrece su sexo y está perdida. Y ambas trayectorias van acercándose a paso de gato enfermo, y parece que no ocurrirá nunca pero no tenemos prisa, pues los dos avanzan en ese teatro y se cruzan con los seres más comunes y radiactivos de nuestro Mundofeo. Pronto comprendemos que ellos, con toda la mochila de defectos, son la única prueba de que Mundofeo no está desierto de algo de ternura, que no es perfecto, pero vale probablemente la pena.
El muestrario de nuevos cristianos, la fila india de hombres y mujeres que intentan el control general para no caer más abajo. Y entre tanta cara simpática al fondo de todo huele muy mal y hace falta un gran bote de lejía. La bondad reside en envases más simples, en espíritus con ganas de encontrar su propio camino sin mirar de reojo al de al lado. De hecho, los únicos nombres que conocemos, de entre tanto personaje, son los de los protagonistas. No hay ciudad, sino Ciudad Gigante, Ciudad Mediana, Mundofeo… No hay TV sino Siemprencendida. No hay una identidad, sino Sr. Alto y Locuaz y Mujer del Vestido Recatado. No es necesario saber más. Focalicemos y quitemos hierro a los detalles que sobran. En el fondo, nada es crucial, nada es determinista, nada es realmente grave o realmente bueno. En realidad todo vale y no vale. Y tampoco importa mucho si uno está a gusto. “Nada es culpa, nada es pecado, nada es crucial; (…) cada uno piensa, cada uno escarba su manera de no dejarse comer por los gusanos.”
“Mamá dice desde el coche queréis dejar de hacer el idiota y subir ya, os vais a empapar, pero papá y yo aparecemos en los manuales de psiquiatría y nos morimos de miedo y asombro viendo al océano joderse contra la roca, la misma roca que en verano sirve para bucear alrededor y hacer carreras y perseguir camarones, papá dice que son invisibles debajo del agua, en cuanto sea mayor y pueda llenar mucho los pulmones me meteré dentro-dentro y buscaré una cueva que hay debajo de la roca, en la roca viven dioses diminutos, invisibles como camarones.”
“Ya Magui no lo oía, solo pensaba que todo era así de estricto, todo tan parcelado (la casa y la mazmorra, las clases por la mañana y la academia por la tarde, el horario inflexible del almuerzo y la cena, etcétera), y se mete en la cama y mira las manchas de humedad de la pared y, como si fueran nubes, dice esa parece un gato, esa un pájaro, esa un demonio.”
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