miércoles, 8 de julio de 2009

MUJERES, Mihail Sebastian



Renée, Marthe, Odette, Émilie, Maria y Arabella. Caprichosa, desesperada, altiva, franca, enamoradiza, violenta, dócil, sumisa, inquietante, madre, ausente, burguesa, misteriosa y mítica. Todas inolvidables. Cada una de las mujeres que han pasado, de manera directa o indirecta, por la vida del joven protagonista, el médico Stefan Valeriu, conforman la titánica cristalera a través de la cual se ve el complejo mundo del amor entre hombres y mujeres. Eso es «Mujeres». La cerradura a través de la cual mirar el interior más recóndito de las relaciones humanas.

Unos hablaban de Venus y Marte; en «Mujeres» el enfoque no arranca en planetas tan alejados. Ellos y ellas fraguan dentro del mismo barco, unas veces en un mar calmado, otras mareado de olas y ventiscas que dejan todo patas arriba.

Es sorprendente la forma en la que este escritor rumano logra visionar y expresar el complejo –y a la vez simple– engranaje del ser humano cuando ama o es amado; cómo proyecta este amor, cómo lo recibe, cómo pasa de un lado a otro, como una pelota de tenis, cautivando, destrozando, encendiéndose y apagándose, frágil como la trayectoria de esa pelota de campo a campo. Jamás sabremos en qué parte del suelo dará el toque, y si valdrá un punto o será el final del partido.

La mujer como asignatura

Ninguna situación es previsible en esta novela. En ese sentido cobra un realismo más allá de sus páginas. Cada personalidad, gesto o situación cobran una determinada forma en el personaje de Stefan, semejante a un Gide joven; introspectivo, natural, observador, sus esperanzas varían según qué mujer aparezca en su historia. Y de forma coherente. La vida es imprevisible y él siempre acaba sorprendido por las circunstancias. Si de algo no peca su autor es de simplista o efectista, de forma que el lector también se ve sorprendido con cada historia, reacción, logro o derrota. Todo transcurre de una forma sutil, tierna y nostálgica; el complejo mecanismo se va trazando fácilmente ante nuestros ojos y no podemos interrumpir la lectura, completamente inmersos en cada línea, donde nada sobra ni falta.

Cada mujer es una nueva asignatura en la que el doctor Valeriu se ve sin armas, aunque listo para jugar y jugársela. Su humanidad parece despertar de forma íntima con cada una de estas mujeres. Y ellas desvelan sus complejos y virtudes de forma impúdica, magnífica. Es inevitable autoanalizarse tras respirar los aromas de cada uno de sus personajes, éstos imprevisibles, complejos y acomplejados, naturales, confidentes y atractivos dentro de su incógnita.

La libertad, la oscilación de ellas frente a la imperiosa necesidad de independencia de ellos, el triunfo del alma reposada, tranquila y hasta aburrida de Arabella frente a la histérica agonía de una Renée loca de amor y de egoísmo, atenta a cada gesto de forma desesperada.
“…esa sensación de voluptuosidad reposada que conocí en brazos de Arabella al respirar su aroma de carne joven, perezosa e indiferentemente relajada.” La contraposición de estos caracteres y su efecto en Stefan es una de las mayores revelaciones de Mujeres; los rayos X más clarividentes del mecanismo humano. Logra mostrarnos las dos caras de la moneda con la narración en primera persona de Maria, un relato de la evolución de un amor que no es pretendido ni intencionado desde un principio, que es negado por la razón pero que evoluciona por el corazón de forma descoordinada y fatalista dentro de una aparente normalidad, de forma desinteresada: “El tren partió y Andrei, desde la escalerilla, me saludó generoso con el brazo hasta que nos separamos por completo, él reluciente de satisfacción y orgullo, yo dudando al borde del abismo y sabiendo solamente que no podía permitirme llorar. Quizá, entre él y yo, ese momento lo resumía todo”.


Un autor conflictivo en pleno conflicto

Rumano judío y “danubista”, como solía decir el propio Mihail Sebastian, pseudónimo literario de Iosif Hechter, nacido a orillas del Danubio en 1907, en 1931 comenzó a vivir en París, donde desarrolló su verdadera pasión, la literatura, creando, junto con Mircea Eliade, Emil Cioran y Nae Ionescu, el grupo literario Criterion. Luego sobrevino el holocausto y el antisemitismo se fue extendiendo incluso a través de sus mejores compañías. Esta “rinocerontización” de la población rumana, como el propio Mihail lo llamaba, se fue apoderando de todas sus amistades hasta quedarse prácticamente solo.

Una broma del destino quiso que fuera arrollado por un camión ruso en 1945 –pocas semanas antes de la invasión rusa–, de camino a la universidad, donde impartiría Balzac. A partir de los noventa empezó la búsqueda de toda su creación. Desgraciadamente ésta era corta aunque intensa, de una calidad excepcional.

Reaccionario, intenso, genial, Mihail Sebastian merece una especial recuperación por nuestra parte. No podemos dejarlo escapar.



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